Las calles del puerto estaban resbaladizas. El frío era penetrante, calaba en los huesos. – “Si todo lo que me ha dicho Paul es verdad, con el vértigo de la música entraré rápido en calor y cederá este frío miserable” - pensaba George, mientras caminaba a paso apurado hasta el Wilson Hall, conocido local en Liverpool ubicado frente a la estación de Garston. Este se caracterizaba por sus ventanales de góticos, techo elevado y dudosa acústica.
Luego de algunas invitaciones no atendidas, el quinceañero de botas gastadas y casaca de cuero, por fin se había decidido a conocer en directo a esa banda de la que tanto le hablaba el chico McCartney, el mismo que años después iría a componer algunas de las canciones más importantes de la historia del rock pero que por esos días, viajaba diariamente a su lado en el bus de la escuela.